Hora punta. La gente sale del metro, llena las escaleras y se dirige a las máquinas a validar su billete de salida, franqueando así el último paso fronterizo que les separa de su jornada laboral. No se si será por el sueño, las prisas, o es que simplemente la gente "pasa" completamente del resto de la gente. Esto mismo debe de estar pensando una buena señora que espera su oportunidad, billete en mano, de poder traspasar las susodichas máquinas y poder coger el metro cuyo creciente zumbido anuncia su inminente llegada. Uno tras otro, sus contrincantes del lado opuesto, no le dan opción a poder meter su billete, ya que tiene que dejar salir al que en ese momento franquea la barrera, momento que es aprovechado por el siguiente ex-viajero para tener ya insertado su pepeleta en la ranura. Y asi uno tras otro, en todas las máquinas, van pasando a su lado sin percatarse siquiera en su situación. Y el zumbido es ya un ruido fuerte. Y las luces del anden aumentan su potencia para avisar a los pacientes usuarios de que su espera acaba ya. La señora en cuestion deja su intento malabar de intentar meter su billete y lanza miradas suplicantes a los restantes personajes que tiene en frente, pero nadie parece percatarse de ello; cabezas bajas, ojeadas al periódico o a un libro, miradas perdidas que viajan por toda la estación. Sus ojos se cruzan con los míos y un leve gesto de comprensión es lo único que puedo hacer "Si, ya lo se, tiene usted toda la razón. La gente muchas veces es tan estúpida...". Pero no puedo hacer nada más. Soy de lós últimos del lado enemigo y gustosamente la dejaría pasar cuando llegase mi turno; pero para entonces hay ya máquinas libres y la señora puede, por fin, traspasar la barrera. Lo hace sin prisa, casi con desidia, y con un gesto de rabia contenida mientras guarda el billete en el bolso y el metro sale de la estación.